Muchas veces pensamos que tener un grupo de amigos puede ayudarnos a no sentirnos solos, a poder canalizar nuestros malestares expresándoles lo que nos sucede.
Sin embargo, creo que cuantas más sean las personas que están reunidas, menos se escuchan entre sí...
Es más productiva una charla con una o dos personas que con cinco o seis, más aún cuando la mayoría de ellas no puede permanecer en silencio por más de dos minutos, necesitando constantemente tener la palabra.
En reuniones de ese tipo es cuando más incomoda me siento, a mí me gusta escuchar, sacar una conclusión y después dar mi opinión al respecto, pero en estos casos me es prácticamente imposible... No sé si pasará en todos los grupos, pero en la mayoría en los que he participado sí...
Sólo piensan en cuando poder intervenir en la conversación, cual será su turno y que van a decir, entonces, lo que menos hacen es escuchar al otro. Más de una vez he notado como dan respuestas que nada tiene que ver con lo que se venía hablando, solo con el mero afán de decir algo, ni que decir de cuando interrumpen constantemente a quien está hablando...
Hablamos mucho, pero decimos poco... No puedo incluirme entre los que hablan mucho... aunque sí que a veces me cuesta escuchar, cuando empiezan a contar cosas con lujo de detalles que resultan irrelevantes, cuando se empiezan a entremezclar temas que nada tienen que ver, cuando algo ocupa mi cabeza y no puedo evitar alejarlo por completo de mí...
Lo intento, porque me parece una falta de respeto hacia la otra persona, por eso en grupos grandes la mayoría de las veces me limito a observar, a escuchar y es así cuando me percato que la mayoría está mas pendiente de sus cosas, que de lo que está diciendo su interlocutor...
Madame de Sevigné sentenció: “Hemos nacido con dos ojos, dos orejas y una sola lengua porque debemos mirar y escuchar dos veces, antes de hablar”.
Escuchando podemos aprender muchísimo... Además, si no somos capaces de escuchar a los demás, menos aún podremos escucharnos a nosotros mismos...